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Síndrome de Otelo: À la folie... pas du tout...

  • Foto del escritor: Eva Casero
    Eva Casero
  • 20 sept 2018
  • 3 Min. de lectura

De titiriter@s y polichinelas..

“A aquellas horas de la madrugada; agotada después de un duro día de trabajo y del largo trayecto en marshrutka ₁ desde Zhytomyrska ₂ hasta el mísero suburbio en el que vivía, con el hartazgo de encajar, de nuevo, la baja autoestima que él escupía, mezclada con espuma de rabia, celos e impotencia; no era ya capaz de discernir qué era lo más patético de aquella escena: si el modo en que se le trababa la lengua por el exceso de alcohol, tratando de enhebrar su acostumbrado discurso paranoide; o el contenido mismo de éste. Su última gran idea era emigrar a España y hacerse torero. Se arrodilló ante ella como un diestro ante un toro moribundo y dio un envite con la cadera _ el rostro teñido de un estúpido orgullo infantil _ que casi le hizo perder el equilibrio. Luego se inclinó hacia delante y vomitó sin pudor debajo de la mesa, sobre el mugriento suelo de linóleo de la cocina, que más propio parecía del desván de un noble venido a menos de los de antaño, que del destartalado apartamento que compartían en la periferia. Podrían haberse permitido algo mejor, pero él se avergonzaba de que fuera el sueldo de ella el que mantuviese a ambos. Y prefería vivir en un mortecino barrio de estilo soviético, a las afueras de la capital, para acallar su endeble conciencia.


Después del nauseabundo incidente, volvió a columpiarse en la sarta de ideas recurrentes que repetía en tono monótono hasta la exasperación, cada vez que se emborrachaba; como si las leyese de un libro cubierto de polvo, colocado en los estantes de su insoportable complejo de inferioridad. Y ella, resignada, se preguntaba: ¿pero qué hago yo aquí? ¿qué extraña fuerza me retiene al lado de esta miserable criatura? ¿qué aporta un ser tan mezquino a mi vida? NADA, era la terrible respuesta que, implacable y estridente: como el tañer de un siniestro gong, redoblaba, sin piedad, en lo más negro de su mente marchita. Nada: ni emocional, ni intelectual, ni económicamente.


De pronto, como si fuese él capaz de adivinar los pensamientos de ella; que con la mirada perdida en las sombras emboscadas, no esperaba más que él por fin se durmiese, cayera al suelo inconsciente o se marchase de pronto para no volver nunca más: parásito de una simbiosis insostenible por el desigual provecho obtenido por cada uno de los simbiontes; se levantó con una furia inesperada y, colocándose detrás de ella _ sentada, hasta hacía unos instantes, ante el guiñapo arrodillado que se tambaleaba _ gritó furibundo: espetándole todas las bajezas aprendidas durante una vida de culpa y humillación con la que ella nada tenía que ver.


Tomándola por sorpresa, se inclinó y, con sus largos brazos de simio, envolvió la pequeña figura de ella, sentada a sus pies, todavía de espaldas a él. En momentos de inminente peligro, un inexorable instinto de supervivencia viene siempre a tomar las riendas de la situación. De no haber sido así, aquélla habría sido su última noche, pasando después a engrosar las tristes estadísticas, convirtiéndose en una víctima más de violencia de género: la más cobarde de las violencias. Se oyó a sí misma, como dentro de un mal sueño, respirando con dificultad (y con horror), al darse cuenta de lo que él _ él, que hacía sólo cinco minutos le decía, entre babas y roznidos, que la amaba _ pretendía: levantarla a pulso, con su fuerza de púgil fracasado, y lanzarla al vacío por el balcón del octavo piso en el que compartían desencuentro y tristeza. Pero ella se resistió y él, ebrio y desorientado por el esfuerzo y el brusco cambio de posición, tropezó. Incapaz de levantar tan leve peso, abrumado por otros pesos y otras culpas, lo dejó caer y dio de bruces en el suelo, donde quedó plácidamente dormido hasta la mañana siguiente, mientras una bochornosa mancha de orín se iba extendiendo por la pernera de su pantalón. Ni las trompetas del juicio final habrían sido capaces de mudar su estado.


Cuando se despertó, ella ya no estaba. Comenzaba ahora una letanía de disculpas no sentidas que quizás volvieran a atraparla, una vez más, en su pegajosa tela de araña: Espiral de eterno retorno. O quizás no (…) “


Hay recuerdos que quedan grabados a fuego, no sólo en la memoria, sino también en el alma...

 

Marshrutka (en ruso: маршру́тка, [mɐrˈʂrutkə]), de marshrutn[oy]e taksi («taxi de ruta»), es un tipo de vehículo y forma de transporte público similar a un taxi colectivo, muy habitual en las antiguas repúblicas soviéticas y los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), Bulgaria y Rumanía.

Zhytomyrska: Nombre de una de las estaciones finales de la Linea 1 del metro de Kiev.

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