Piedras, Alacranes y Experiencias-Cumbre
- Eva Casero
- 31 jul 2018
- 3 Min. de lectura
“Desearía que pensaras por un momento en la experiencia o experiencias más maravillosas de tu vida: los momentos de felicidad, los momentos de éxtasis, los momentos de rapto, originados quizás por el amor, por la audición de un fragmento musical o por el impacto repentino de un libro o una pintura, o por algún momento de intensa creatividad.”
Así comienza Abraham Maslow el capítulo sexto Conocimiento del ser en las experiencias-cumbre de su revelador libro El Hombre autorrealizado. Hacia una psicología del Ser.
Después de repasar una serie de rasgos que parecen ser comunes a la persona autorrealizada y a los que él denomina valores-S:
📷 1.- Totalidad (en el sentido de unidad e integración)
📷 2.- Perfección (en el sentido de equidad y plenitud)
📷 3.- Consumación (terminación y realización = destino)
📷 4.- Justicia (autenticidad y legitimidad)
📷 5.- Vida (proceso y autorregulación)
📷 6.- Riqueza (diferenciación y complejidad)
📷 7.- Simplicidad (honestidad y esencialidad)
📷 8.- Belleza (forma y unicidad)
📷 9.- Bondad (rectitud e inmejorabilidad)
📷 10.- Unicidad (idiosincrasia e individualidad)
📷 11.- Carencia de esfuerzo (facilidad y funcionamiento perfecto)
📷 12.- Alegría (gozo y exuberancia)
📷 13.- Verdad (desnudez y pureza)
📷 14.- Auto-suficiencia (en el sentido de carencia de necesidad de ser otro que uno mismo a fin de ser uno mismo: independencia, trascendencia del medio, autodeterminación y vivir de acuerdo con las propias reglas)
Continúa Maslow con un intento de (re)definición de las “Experiencias-Cumbre”. Refiriéndose a ellas como episodios o momentos en los que las fuerzas de la persona se aúnan de modo particularmente eficiente y de intenso gozo, en el que se hace más integrada y menos dividida, más abierta a la experiencia, más idiosincrática, más perfectamente expresiva, más humorística, más trascendente del ego, más independiente de sus necesidades inferiores. En estos episodios es más él mismo, al realizar con más perfección sus potencialidades; está más cerca del núcleo de su Ser; es más plenamente humano.
Es fácil pensar que tales digresiones, aunque interesantes, no dejan de ser filigranas intelectuales que no van más allá del reino de la teoría: sin posibilidad alguna de aventurarse en las movedizas arenas de la praxis. Sin embargo, basta con vivirlas una sola vez en primera persona para darnos cuenta de que, lejos de ser vacías elucubraciones, poseen una sólida estructura, capaz de abrumarnos con la vehemencia de las sensaciones desconocidas.
No voy a ponerle nombre a lo que me sucedió hace ya algunos años en algún lugar remoto de los alrededores del Valle Sagrado de los Incas, en los Andes Peruanos. Acostumbrada al gentío que había encontrado hasta entonces en todos los sitios arqueológicos de las cercanías de Cuzco, me sorprendió hallarme en medio de la nada, sola con mis propios temores, suspicacias y recelos. El calor era de azufre candente y el azul del cielo, a punto de derretirse, caía a plomo sobre mis últimas resistencias, salpicadas de acre racionalidad. Eché a andar a lo largo del laberinto de piedra, a la sombra de los alacranes que acechaban en las rendijas, imaginando quiénes eran, cómo amaban, de qué modo sufrían y gozaban las personas que habían habitado aquellas ruinas. En esos momentos innombrables suele haber una mezcla de opuestos: Gozo y tristeza, miedo y coraje, orden y caos, zafiedad y exquisitez. Mentiría si dijera que tengo un recuerdo claro de mi vivencia de entonces. Pero hay algo que se repite cada vez que una parecida viene de nuevo a visitarme: Lágrimas de contento: satisfacción: perfección: santosha. No falta ni sobra nada. Todo está bien: todo es óptimo y completo en su sencillez. Respiro: escucho el aliento de mi alma y sé que no hay nada más que esperar. Pero el momento presente acaba, el ahora queda atrás: recostado sobre el lecho del pasado; y vuelve el futuro deslenguado: tintineando su cascabel de incertidumbres.
Regreso feroz e implacable a la realidad, más insoportable que antes, más intrascendente que nunca. Y no queda más que echar de nuevo a errar: buscando, intentando, esperando, proyectando. En un círculo que sólo alcanza su fin con una nueva ascensión a la cumbre, para de nuevo volver a caer. Y, mientras tanto...
Seguimos caminando...

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